Los Nimbostratos
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I ¿Dístete ya cuenta de lo que a visitarnos viene? Lo húmedo y grisáceo que se condensa en moho. Corazón bobalicón a su dueño se atiene; como la nostalgia siempre gana, chaquetero, yo la loo. Y podrías mirarme feo. Y podría valerme verga; pero aquí juzgar algo vale lo que un voto nulo: de nada sirve y, en cambio, legitima la monserga que orquestal minicasitas hace de nuestro culo. Y la alegre tonadita nunca sale de las chompas. La traemos y, a cada rato, felices, la tarareamos: «Cuida el ritmo, no lo rompas, te lo pido como compas; no querrías sentir en carne propia cómo nos las gastamos.» Perdón si te/los/me confundo con mis mosaicos sonoros de frases yuxtapuestas. La culpa la tiene este talante errabundo que, de encontrarme por la calle, me diría: «Vatillo, apestas.» Pero hoy, mi autoestima desayunó payaso y con carcaj de carcajadas a este boom-bap se dio cita. Este es el momento en que medio lleno el vaso: la profesionalidad aquí es: varo, cheves y morrita. ¿Y lo demás? Espera... ¿acaso hay algo más? ¡Sí! falta que se avienten «El mariachi loco» los mariachis. «Ah, ¿eso qué?», muy probablemente pensarás. Sí: el folklore adocenado suscita caras de «achis, achis». (Porque siempre: si no es una cosa, es la otra: Apúrate en caso de que seas tú el que se empotra. Que al fin y al cabo, 'tamos aquí pa' batallar; pa'l que se para el cuello tenga algo de que hablar.) (Porque siempre: si no es una cosa, es la otra: Apúrate en caso de que seas tú el que se empotra. Que al fin y al cabo, 'tamos aquí pa' batallar; pa'l que se para el cuello tenga algo de que hablar.) II Dispensa distinguido escucha lo floripondio del lenguaje con que vengo y articulo mi galimatías. Comprenderás que mi «ranchito» fuerte razón dio pa' que fuera irresistible el desearle buenos días. Porque «sus» son «mis», y «mis» son tus orejas reportándose; que todavía las pueden. Y eso, no sé tú, pero, pa' mí, es una luz que me hace creer que por mí uno o más santitos interceden. Vamos con la mochila abierta y nadie nos decimos nada; confiamos siempre en que alguien más acudirá a la postre. Esto es lo bonito de esta realidad molcajeteada… Se sigue esperando a que Dios venga y los trastes desencostre. Por lo pronto, apilémoslos en islas; lejos de la tierra. Lejos de imperativos sociales que marcan la indolora pauta. Lejos del dilema existencial de si es o no una perra… O sea, la vida. O sea, ¿le damos o no a la incauta? La escala en este «mientras» indefinidamente se prolonga; nos acostumbramos ya a ponerle casa a lo menos peor. Motivo por el cual este simple mortal rezonga, aunque en fondo reconoce que es inútil su labor. Así que lo único que espero y con fe categórica es que nos toque presenciar tanto a agudos como a romos cómo se precipita esta inmensa nube de retórica y nos inunda y hace tabla rasa de todo lo que somos.
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